La
persona con orientación necrófila se siente atraída y fascinada por todo lo que
no vive, por todo lo muerto; cadáveres, marchitamiento, heces, basura. Los
necrófilos son individuos aficionados a hablar de enfermedades, de entierros,
de muertes. Empiezan a vivir
precisamente cuando hablan de muerte. Un ejemplo claro de tipo de necrófilo
puro es Hitler. Le fascinaba la destrucción, y le agradaba el olor a muerte.
Aunque en los años de su éxito quizá haya parecido que sólo quería destruir a
quienes consideraba enemigos suyos, los días de Crespúsculo de los Dioses, y el
final, demostraron que su satisfacción profunda estribaba en presenciar la
destrucción total y absoluta: la del pueblo alemán, la de los que lo rodeaban,
la suya propia. Una información de la primera Guerra Mundial, de la que no hay
pruebas, pero que tiene sentido, dice que un soldado vio a Hitler como en
estado de trance mirando fijamente un cadáver en descomposición y negándose a
alejarse.
El
necrófilo vive en el pasado, nunca en el futuro. Sus emociones son
esencialmente sentimentales, es decir, alimentan el recuerdo de emociones que
tuvieron ayer, o que creen que tuvieron. Son fríos, esquivos, devotos de “la
ley y el orden”. Sus valores son exactamente
lo contrario de los valores que relacionamos con la vida normal: no la vida,
sino la muerte los anima y satisface.
Las
personas necrófilas suelen manifestarse de la manera más clara en los sueños de
una persona. Esos sueños tratan de asesinatos, sangre, cadáveres, calaveras,
heces; en ocasiones también de hombres transformados en máquinas o que actúan
como máquinas. De vez en cuando puede tener lugar un sueño de este tipo en
muchos individuos sin que indique necrofilia. En el individuo necrófilo los
sueños de este tipo son frecuentes y a veces se repiten.
Al individuo
muy necrófilo se le pude reconocer con frecuencia por su aspecto y sus gestos. Es
frío, tiene una piel que parece muerta y con frecuencia su cara tiene una
expresión como si estuviera oliendo un mal olor. (Esta expresión podía verse
claramente en la cara de Hitler.) Es ordenado, obsesivo, pedante. Este aspecto de
la persona necrófila fue mostrado al
mundo la figura de Adolf Eichmann. Éste se sentía fascinado por el orden
burocrático y por la muerte. Sus valores supremos eran la obediencia y el
funcionamiento adecuado de la organización. Transportaba judíos como hubiera
podido transportar carbón. Que fueron seres humanos es cosa que no entraba en
el campo de su visión, y en consecuencia no tiene importancia el problema de si
odiaba o no a sus víctimas.
Pero no se encuentran sólo entre los inquisidores, entre los Hitler y
Eichmann, ejemplos del carácter necrófilo. Hay muchos individuos que no tienen
oportunidad ni poder para matar, pero cuya necrofilia se expresa de otras
maneras más inofensivas, vistas superficialmente. Un ejemplo es la madre que se
interesa siempre por las enfermedades de su hijo, por sus defectos y sus malos
pronósticos para el futuro; al mismo tiempo, no la impresionará un cambio
favorable; no responderá a la alegría del niño, no advertirá que está naciendo
en él algo nuevo. Podemos advertir que sus sueños tratan de enfermedades, de
muerte, de cadáveres, de sangre. No dañará a su hijo de un modo manifiesto,
pero quizá estrangule lentamente su alegría de vivir, su fe en el crecimiento,
y al fin lo infectará de su propia orientación necrófila.
Bibliografía
Fromm
Eric. (2000). El corazón del hombre. México: F.C.E.
*Leer la persona que ama la vida.
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