Bibliografía
Sánchez Azuara Gilberto. (1982). Español, Tercer grado. México: Editorial Limusa, Pág.225-228.
Este es un amor Efraín Huerta Éste es un amor que tuvo su origen y en un principio no era sino un poco de miedo y una ternura que no quería nacer y hacerse fruto. Un amor bien nacido de ese mar de sus ojos, un amor que tiene a su voz como ángel y bandera, un amor que huele a aire y a nardos y a cuerpo húmedo, un amor que no tiene remedio, ni salvación ni vida, ni muerte, ni siquiera una pequeña agonía. Éste es un amor rodeado de jardines y de luces y de la nieve de una montaña de febrero y del ansia que uno respira bajo el crepúsculo de San
Ángel y de todo lo que no se sabe, porque nunca se sabe por qué llega el amor y luego las manos -esas terribles manos delgadas como el pensamiento- se entrelazan y un suave sudor de -otra vez- miedo, brilla como las perlas abandonadas y sigue brillando aun cuando el beso, los besos, los miles y millones de besos se parecen al fuego y se parecen a la derrota y al triunfo y a todo lo que parece poesía -y es poesía. Ésta es la historia de un amor con oscuros y tiernos
orígenes: vino como unas alas de paloma y la paloma no tenía ojos y nosotros nos veíamos a lo largo de los ríos y a lo ancho de los países y las distancias eran como inmensos océanos y tan breves como una sonrisa sin luz y sin embargo ella me tendía la mano y yo tocaba su
piel llena de gracia y me sumergía en sus ojos en llamas y me moría a su lado y respiraba como un árbol
despedazado y entonces me olvidaba de mi nombre y del maldito nombre de las cosas y de las flores y quería gritar y gritarle al oído que la amaba y que yo ya no tenía corazón para amarla sino tan sólo una inquietud del tamaño del cielo y tan pequeña como la tierra que cabe en la palma de la
mano. Y yo veía que todo estaba en sus ojos -otra vez ese
mar-, ese mal, esa peligrosa bondad, ese crimen, ese profundo espíritu que todo lo sabe y que ya ha adivinado que estoy con el amor hasta los
hombros, hasta el alma y hasta los mustios labios. Ya lo saben sus ojos y ya lo sabe el espléndido metal
de sus muslos, ya lo saben las fotografías y las calles y ya lo saben las palabras -y las palabras y las calles
y las fotografías ya saben que lo saben y que ella y yo lo sabemos y que hemos de morirnos toda la vida para no rompernos
el alma y no llorar de amor. |
Los
amorosos Jaime
Sabines Los
amorosos callan. El
amor es el silencio más fino, el
más tembloroso, el más insoportable. Los
amorosos buscan, los
amorosos son los que abandonan, son
los que cambian, los que olvidan. Su
corazón les dice que nunca han de encontrar, no
encuentran, buscan. Los
amorosos andan como locos porque
están solos, solos, solos, entregándose,
dándose a cada rato, llorando
porque no salvan al amor. Les
preocupa el amor. Los amorosos viven
al día, no pueden hacer más, no saben. Siempre
se están yendo, siempre,
hacia alguna parte. Esperan,
no esperan nada, pero esperan. Saben
que nunca han de encontrar. El
amor es la prórroga perpetua, siempre
el paso siguiente, el otro, el otro. Los
amorosos son los insaciables, los
que siempre -¡qué bueno!- han de estar solos. Los
amorosos son la hidra del cuento. Tienen
serpientes en lugar de brazos. Las
venas del cuello se les hinchan también
como serpientes para asfixiarlos. Los
amorosos no pueden dormir porque
si se duermen se los comen los gusanos. En
la oscuridad abren los ojos y
les cae en ellos el espanto. Encuentran
alacranes bajo la sábana y
su cama flota como sobre un lago. Los
amorosos son locos, sólo locos, sin
Dios y sin diablo. Los
amorosos salen de sus cuevas temblorosos,
hambrientos, a
cazar fantasmas. Se
ríen de las gentes que lo saben todo, de
las que aman a perpetuidad, verídicamente, de
las que creen en el amor como
una lámpara de inagotable aceite. Los
amorosos juegan a coger el agua, a
tatuar el humo, a no irse. Juegan
el largo, el triste juego del amor. Nadie
ha de resignarse. Dicen
que nadie ha de resignarse. Los
amorosos se avergüenzan de toda conformación. Vacíos,
pero vacíos de una a otra costilla, la
muerte les fermenta detrás de los ojos, y
ellos caminan, lloran hasta la madrugada en
que trenes y gallos se despiden dolorosamente. Les
llega a veces un olor a tierra recién nacida, a
mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,
a
arroyos de agua tierna y a cocinas. Los
amorosos se ponen a cantar entre labios una
canción no aprendida, y
se van llorando, llorando, la
hermosa vida. |