Se usa la segunda persona: tú, te a ti, vosotros.
Suele contar su propia historia, busca la complicidad del lector, por eso se dirige a él.
El autor se refiere al narrador y que 'tu' significa 'yo'.
El complejo mundo elaborado en la obra de Aura radica en el uso de la segunda persona singular como voz narrativa, que se expresa alternando el tiempo presente con el futuro. La dificultad estriba en que la segunda persona singular es pasiva, receptora, y se supone, por tanto, la existencia de un “yo” activo que genera y comunica la acción.
En Aura todo es uno y lo mismo: es una obra de atmósfera más que de personajes o de acción. Atmósfera construida con palabras, palabras que, extraño caso, solicitan y obtienen la comparecencia de la poesía. Y es ésta, la poesía, la que permite el desdoblamiento de los personajes, la fusión del pasado y el presente, la identificación del amor y del horror.
Fragmento de AURA - Carlos
Fuentes
La señora se moverá por la
primera vez desde que tu entraste a su recamará; al extender otra vez su mano,
tu sientes esa respiración agitada a tu lado y entre la mujer y tú se extiende
otra mano que toca los dedos de la anciana. Miras a un lado y la muchacha está
allí, esa muchacha que no alcanzas a ver de cuerpo entero porque esta tan cerca
de ti y su aparición fue imprevista, sin ningún ruido
—ni siquiera los ruidos que no se escuchan pero que
son reales porque se recuerdan inmediatamente, porque a pesar de todo son más
fuertes que el silencio que los acompaño—.
—Le dije que regresaría...
—¿Quien?
—Aura. Mi compañera. Mi sobrina.
—Buenas tardes.
La joven inclinara la cabeza y la anciana, al mismo
tiempo que ella, remedara el gesto.
—Es el señor Montero. Va a vivir con nosotras Te
moverás unos pasos para que la luz de las veladoras no te ciegue. La
muchacha mantiene los ojos cerrados, las manos
cruzadas sobre un muslo: no te mira. Abre los ojos poco a poco, como si temiera
los fulgores de la recamara. Al fin, podrás ver esos ojos de mar que fluyen, se
hacen espuma, vuelven a la calma verde, vuelven a inflamarse como una ola: tú
los ves y te repites que no es cierto, que son unos hermosos ojos verdes
idénticos a todos los hermosos ojos verdes que has conocido o podrás conocer.
Sin embargo, no te engañas: esos ojos fluyen, se transforman, como si te
ofrecieran un paisaje que sola tú puedes adivinar y desear.
—Si. Voy a vivir con ustedes. La anciana sonreirá,
incluso reirá con su timbre agudo y dirá que le agrada tu buena voluntad y que
la joven te mostrara tu recamara, mientras tú piensas en el sueldo de cuatro
mil pesos, el trabajo que puede ser agradable porque a ti te gustan estas
tareas meticulosas de investigación, que excluyen el esfuerzo físico, el
traslado de un lugar a otro, los encuentros inevitables y molestos con otras personas.
Piensas en todo esto al seguir los pasos de la joven —te das cuenta de que no
la sigues con la vista, sino con el oído: sigues el susurro de la falda, el
crujido de una tafeta— y estas ansiando, ya, mirar nuevamente esos ojos.
Asciendes detrás del ruido, en medio de la oscuridad, sin acostumbrarte aún a
las tinieblas: recuerdas que deben ser cerca de las seis de la tarde y te
sorprende la inundación de luz de tu recamara, cuando la mano de Aura empuje la
puerta.
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