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jueves, 28 de enero de 2021

Tu eres la necesaria

Artículo I

La mujer de hogar se siente hoy devaluada. Tal vez piensa que en tanto otras mujeres descuellan en los social como empresarias, senadoras, profesionales, artistas, etc., ella se frustra, prisionera en las cuatro paredes de la casa, esclavizándose en las labores domésticas, aherrojada con grilletes por el esposo y los hijos. Quizás hasta padece la tentación de ir poco a poco sacudiéndose las sagradas responsabilidades que contrajo un día ante el altar y de vivir de nuevo como solterita.

¡Qué Dios la ayude para que no la arrastre la tentación! Porque sin la mujer hogareña el mundo se viene abajo.

Las amas de casa no han tomado conciencia plena de la importancia trascendental de su papel en la historia. Deberían darse cuenta de que el puesto que desempeñan es cuestión de vida o muerte para la sociedad. Naciones en las que la mujer ha desertado del hogar –para “vivir su vida”-, naciones donde la familia es institución destinada a desaparecer, ya tienen los signos de la agonía en el rostro. Presto se desmoronarán como torre construida sobre arena y yacerán hechas polvo y ceniza: “Campos de soledad, mustio collado”.

            No tienes límites mi admiración por las mujeres que han sabido ser esposas y madres. Yo, que soy una intelectual, no prodigo tamaña admiración a las que se alzan en la cima de las letras, la política, el deporte o las finanzas.

            La fundadora de un hogar, ¿por qué se creerá oscura o insignificante, si ella es una de las columnas claves sobre las que se mantiene en pie la sociedad? No debiera reputarse a sì misma como inferior a las solteras, por más brillantes que aparezcamos. Separa que el mundo puede pasarse tranquilamente sin las que actuamos en el plano social, puesto que sobran varones que lo harían igual o mejor que nosotras. En cambio, ningún país podría prescindir de la mujer de hogar so pena de borrarse de la historia, ya que la sociedad es un organismo constituido por células, y esas células son las familias. Daño que amenaza a la institución familiar, daño que hace temblar a la nación.

No confundamos lo más esplendoroso con lo más necesario. Las que nos movemos en el ámbito sociocultural siguiendo nuestra excepcional vocación, aunque aportemos valores extraordinarios, no somos esenciales. Lo es la esposa y madre. Vivimos y sobrevivimos por ella.

Tú que te sientes abrumada de trabajos y sinsabores, que te dueles de permanecer ignorada, sabe, debes saber que eres de importancia vital, como la chispa eléctrica que, aunque oculta, hace mover toda la maquinaria. Nada tienes que envidiar a mujeres como yo, pues si a nosotras nos eliminaran, nada ocurriría; mientras que si desaparecieras tú, el mundo desaparecería contigo.

Pero ahora la propaganda insana alienta a la mujer a que deserte del matrimonio, dizque para que se autorrealice; ¡como si no estuviera autorrealizando ya plenamente en su misión de esposa y madre! A lo que están invitando es al egoísmo. El egoísmo es precisamente lo contrario de la realización. No escuches voces insidiosas. La auténtica realización personal es y será siempre entrega a los demás. El yo alcanza su plenitud sólo cuando es capaz de negarse a sì mismo en ofrenda a los otros. Si te excitan al egoísmo, tú diles que el egoísmo es ridícula actitud aniñada, que tu madurez se manifiesta en tu capacidad de vivir para los tuyos.

Te realizas seguramente en el hogar, porque cada quien se realiza en su propia vocación. Y se supone que contrajiste matrimonio por tu soberana voluntad, que nadie te puso un puñal en el pecho para obligarte a dar el sí a tu esposo. Fue un magnífico acto de libertad. Espero, por tanto, que seas de las que están contentas con su suerte. Todos debemos sentirnos gozosos en el puesto que la Providencia nos depara, y más conforme estarás tú por cuanto elegiste libremente tu camino.

¿Envidias a la que andan fuera del hogar? De seguro te imaginas sus vidas como un paraíso, pura “vida y dulzura”. No te lo pinte tu fantasía con tan optimistas colores. La verdad es que sólo se cambia de penas.  Todos “suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”, aunque también sea cierto que junto con las espinas en este valle florecen rosas y ramos de estrellas.

Dolores y alegrías las hay en todas partes, en todas las formas de existencia. Poco o nada ganarías abandonando tu puesto de señora de tu casa, ¡y cuánto perderías!

¿Has oído hablar de Cornelia, la madre de los Gracos? Fue hija de Escipiòn. La consideraban dama principalísima de la corte romana. Cierto día, una amiga fabulosamente rica, le mostró sus joyas envaneciéndose de poseer tales tesoros. Cornelia admiró las esmeraldas y rubíes y el artístico trabajo de los orfebres, mas no quiso competir exhibiendo también su fortuna en pedrería, solamente dijo: “Yo tengo dos joyas que superan a las tuyas”. Salió a buscarlas y, mientras, la amiga esperaba con excitación. Al cabo regresó Cornelia llevando de la mano a sus dos hijos: “¡Mira mis alhajas! ¿No son más valiosas que todas las del mundo juntas?”

Cornelia pudo haber hecho también ostentación de sus magníficas joyas; o mejor, hubiera podido jactarse de su ilustre prosapia, pues pertenecía a la más aristocrática estirpe; o más todavía, mostrar sus alhajas espirituales, ya que era matrona famosísima por sus señaladas virtudes, tanto como por su cultura extraordinaria. No lo hizo. Todo eso le pareció poco. Lo que merecía ser mostrado con orgullo era su maternidad.

Oí de labios de cierta trabajadora la siguiente confidencia: “Quizás equivoqué el camino. Si vieras; lo que ahora ambiciono es llegar a vivir de manera que pueda sentarme por las tardes a tejer o coser junto a una ventana que dé al jardín, mientras oigo el barullo de los chiquillos o vienen ellos interrumpirme a cada momento la labor”.

Son pocas las mujeres, poquísimas, las que nacieron con temperamento especial, hecho para afanarse y bregar en asuntos extrahogareños. Si está es su vocación, habrán de serle fieles. Lo lamentable ha sido que muchedumbre de mujeres comunes, carentes de ese signo, se deslumbraron viendo los logros fastuosos y corrieron en masa a la zaga de su ejemplo. Codicia de fama. Delirante ansia de figurar. ¿Y qué alcanzaron sino trabajo fatigoso y decepciones? Jamás salieron de la mediocridad. En cambio, el precio de la ambición fue menospreciar su auténtico destino y perder su innata vocación para el hogar. No se realizaron ni aquí ni allá. Porque la mujer, salvo excepciones contadísimas, está hecha física y mentalmente para esposa y madre.

Pero ocurre que esta época nuestra, que anda más loca que una cabra bizca, susurra al oído de la incauta: “¿Por qué has de seguir aguantando a tu marido y a tus hijos? Tíralo todo por la borda y vuelve a ser soltera”. También puede sugerirle esto la propaganda: ”¿Por qué no un amante clandestino? O al menos, ¿por qué no cambiar de esposo siquiera cada cinco años?”

A la madre las amigas la aconsejan: “¡Qué error cometiste; estás otra vez embarazada! ¿No te has concientizado de la explosión demográfica? Arrepiéntete y vè a que un buen médico asesine a ese fruto que te va a dar muchas molestias. Tienes que vivir tu vida, te estorban el marido y los hijos. ¡Al diablo con el sacrificio, que no es sino una palabreja medieval! Para la mujer moderna sólo debe contar el placer”.

Cuando una especie biológica presenta los síntomas de haber perdido alguno de sus instintos básicos, puede predecírsele la desaparición. La mujer de hoy está perdiendo a gran prisa sus instintos fundamentales: se rehúsa a ser esposa y a ser madre. ¿Què va a ser del mundo?

Rechazado su destino natural, piensa la mujer que va a correr aventuras deliciosas en el campo intelectual, en el de la gloria, en el de las finanzas o en el del sexo.

Pobrecillas, sólo les esperan fatigas sin fruto. Tú no; pero hay multitud de mujeres sin brújula que navegan a la deriva buscando no saben qué, llevadas y traídas como hojas secas que zarandea el viento del otoño, revueltas con la basura y el polvo.

Tú tienes raigambres, ¡alégrate! Tú no elegiste el egoísmo. Tú eres la que eligió el amor.

Te vestiste de blanco y te coronaste con diadema para hacer tu solemne juramento. No ignorabas que en el matrimonio te esperaría, con el júbilo, el llanto; junto al placer, los trabajos: habías visto a tu madre y a otras madres en su cotidiano vivir heroico. Y heroicamente dijiste que sí al amor, porque el amor, aunque se bañe de lágrimas, es siempre gloria, magnanimidad, realización.

Cuando me fatigan mis lidas solitarias suelo acudir a la casa de alguna hermana o amiga, y francamente les pido me inviten a cenar. Me gusta sentarme a la mesa de familia, no importa que los muchachos disputen y los papás regañen. Debajo de esa superficie tormentosa descubro una inmensa paz, una seguridad que me tranquiliza: mientras haya hogares en una nación, el barco se mantendrá a flote. Yo puedo dormir egoístamente serena porque hay madres que velan.

Nosotras las de vocación intelectual, las señaladas por el destino para la lucha interior, somos nada más que las siervas del ama de casa. Humildemente la ayudamos con nuestra tarea intelectual a que sus hijos se realicen en el espíritu. Pero ella es la reina; nosotras, sus servidoras.

Tú, después de escuchar todas estas razones, ¿serás capaz de sentirte todavía un ser desvalorado y oscuro? ¡Bah! Debes estar tan orgullosa como la madre de los Gracos.

Bibliografía

Godoy Emma. (1975). La mujer en su año y en sus siglos. México: Editorial IUS. Pág. 7-12.

 

jueves, 14 de enero de 2021

La sombra del caudillo

Novela mexicana del siglo XX

El caudillismo en nuestro país.

Caudillismo, dice el diccionario, es el sistema de caudillaje o gobierno de un caudillo; y caudillo, es el que como cabeza, guía y manda la gente de guerra; el que dirige algún gremio, comunidad o pueblo.

Al finalizar la lucha armada de la Revolución, nuestro país se encuentra con un panorama caótico: los ejércitos vencedores respaldaban cada uno a su jefe: Zapata, Obregón, Carranza, Villa, Calles y Huerta; todos caudillos e “Hijos legítimos” de la Revolución.

La presencia de tantos caudillos origina una nueva lucha por el poder y Zapata es el primero en desaparecer. Obregón vence a Villa y lo obliga a retirarse en su hacienda, pero como siguió activo, lo mandaron a matar.

Obregón cumple con un período presidencial de cuatros años y entrega la Presidencia de la República a Calles quien siente gravitando sobre él la Sombra del cuadillo.

He ahí el marco de acontecimientos reales que motivaron a Martin Luis Guzmán para aprisionar en sus páginas literarias un suceso que conoció muy de cerca. Los hechos de esta novela son, por tanto, verídicos y reflejan la tragedia de nuestra estructura política en ese momento crucial.

A Guzmán le apasiona la personalidad de los grandes caudillos y los retrata con una eficiencia narrativa producto de su sentido plástico en el manejo de la palabra al describir.

Su técnica literaria consigue “meternos” en la acción que sentimos correr vertiginosamente, como en el fragmento siguiente: Podemos penetrar en el pensamiento de Axkanà, “ver” sus reacciones “sufrir” sus angustias y, finalmente sentirnos “aliviados” cuando descubre la carretera, símbolo de la salvación.

*Ejercicio

-Observa cuáles son los signos de puntuación más usados en el texto.


La sombra del caudillo

De Martín Luis Guzmán**

Tenía los ojos abiertos e inmóviles; pero sentía –sentía sin pensarlo- que hubiera podido moverlos a voluntad. Frente a ellos estaban, limitada arriba la imagen por el ala del sombrero, las piernas de Segura, que se habían acercado al cadáver de Aguirre. Por entre las piernas vio Axkanà un brazo que bajaba, y una mano que palpaba, en busca de la herida, el pecho del muerto. La mano tropezaba allí con algo; desabrochada el chaleco; le volvía un lado de revés, y extraía de allí en seguida, manchados los dedos de sangre, un fajo billetes. Los dedos se limpiaban la sangre en la camisa del muerto, y brazo y mano volvían a subir. Entonces se veía bajar el otro brazo, éste armado de la pistola; el cañón se detenía arriba de la oreja _Axkanà cerró los ojos-; se escuchaba la detonación…

Cuando Axkaná volvió a levantar los párpados, las piernas de Segura habían desaparecido. Del otro lado del cadáver de Aguirre, a gran distancia, se veían soldados que corrían, que disparaban. Axkanà ya no sólo veía: oía- oía lejanos gritos, detonaciones-. Sentía ahora también la humedad tibia de la sangre, que le empapaba el pecho. Paseó la mirada por toda la montaña frontera. Distinguió sin esfuerzo, pese a la luz crepuscular, ya casi parda, las escenas en que sus compañeros de vida política estaban pareciendo cuatrocientos metros más allá. Creyó ver al periodista rodando desde lo alto de una roca, a Olivier, que trepaba con increíble esfuerzo y caía también.

Un horror inmenso y, acaso, algo de terror, de pavor, de miedo incoercible, ahogaron su disposición a la muerte. Probó entonces a mover brazos y piernas. Vio que podía hacerlo.

Se incorporó.

Se puso en pie.

Corrió.

Corrió a lo largo de los cerros que separaban la hondonada y el camino y que bajaban hacia el valle. El dolor del pecho lo fatigó pronto; se lo aumentaba la postura de los brazos, atados a la espalda y convertidos así en obstáculo de la carrera. Tropezaba; perdía cada diez pasos el equilibrio; estaba a punto de caer. Cien metros habría avanzado apenas cuando el silbo de las balas le anunció que lo perseguían. Se tornó un instante para ver: seis o siete soldados corrían en su seguimiento, aunque todavía muy lejos. Reanudó la fuga; seguían disparándole.

Así avanzó tres o cuatro minutos más. Lo acosaban las balas. Llegó a un sitio donde se abría, entre cerro y cerro, una senda; para protegerse de los proyectiles se metió por allí. La senda lo condujo, a poco, hasta el borde de un pequeño precipicio, tan inesperado, que las copas de los árboles de abajo, salientes y vistas a distancia, le habían parecido al pronto hierbajos y matas que brotaban del suelo. Se echó a tierra para no precipitarse por el derrumbadero. Se levantò de nuevo, y jadeante, casi exhausto, volvió a correr ahora bordeando el precipicio y subiendo en seguida por el recuesto que llevaba, pasos más lejos, a la otra vertiente de la altura. Por de pronto, los soldados que no lo veían, no le podían disparar.

Ya en la otra vertiente avanzó cincuenta o sesenta metros, en declive casi paralelo al de poco antes, declive que terminó pronto en un sitio donde la ladera del cerro, en violenta arruga, se despeñaba como cauce de arroyo seco.

Axkanà se detuvo. Sólo se le ofrecían dos caminos: o bajar por allí, o esconderse entre las peñas. Si lo primero, los soldados lo alcanzarían antes de diez minutos; si lo segundo, lo encontrarían en cinco o seis. Volvió la vista en torno. A su izquierda, a cincuenta pasos, sobresalían apenas, rozando casi el borde del talud, los árboles del precipicio. Aquello lo iluminó: sacudió la cabeza entre las rodillas para hacer que cayese su sombrero del suelo y, acto seguido, sin vacilar, corrió en dirección del precipicio y brincó. Brincó con tal furia que no parecía querer salvarse, sino suicidarse, acabar de una vez.

Las hojas y ramas de un árbol se abrieron; por entre ellas cayó Axkanà durante tiempo indefinido, durante tiempo infinito. Iba de cabeza, cerrados los ojos, entre puntas que lo arañaban, durezas contra las que golpeaba y rebotaba, asperezas donde parecía quedarse toda la piel de su cara, y entregado por completo –atados brazos y manos- a la totalidad del azar. Algo que primero se le clavó en la espalda y le desgarró luego la ropa hasta llevarse la piel misma, vino a metérsele entre las muñecas, que le crujieron y se le torcieron. Y así quedó: piernas arriba, puesta la nuca contra una horqueta y enganchado, colgado por el cordón de alambre que hasta un segundo antes hiciera inútiles sus manos. Abrió los ojos; por entre las ramas se apagaban arriba las últimas voces de los soldados. Adivinó el momento en que sus perseguidos se detenían al ver el sombrero. Volvió a oírlos correr y gritar. Disparaban. Otros disparos escuchó también, éstos mucho más lejos.

Parte de la espalda la tenía Axkanà apoyada en una rama; parte daba sobre el vació. Pero consciente de que una de sus piernas había encontrado apoyó seguro, allí llevó la otra, para aliviar los dolores del hombro, que iban haciéndosele insoportables. Y como luego notara que por obra del peso de su cuerpo el alambre iba alargándose, y aflojándose las ligaduras, alterno alivió y dolor hasta que sus manos consiguieron sujetar aquello donde el cordón, enganchado, se había detenido. Hizo entonces un supremo esfuerzo: empujándose con los pies –el hombre casi se le desgarraba -, y procurando no perder el apoyo de la rama que tenía bajo la espalda, pasó el cuerpo por entre los brazos hasta que vino a quedar a horcajadas sobre la horqueta donde su cabeza se había sustentado antes. Entonces descansó, casi desvanecido por el dolor de la herida y los magullamientos, y enajenado por el vértigo.

Anochecía. Un trazo blanco, ya apenas perceptible, cortaba a doscientos metros el terreno inclinado que descendía suavemente desde la base del precipicio: era la carretera.

**Guzmán, Martin Luis. (1887-1976) Nació en la ciudad de Chihuahua. Murió en México. Terminó la carrera de abogado. Escribió toda su vida artículos para periódicos y revistas en México, en España y en Estados Unidos. Durante la revolución fue secretario de Francisco Villa. Lo mejor de su obra se refiere a esas experiencias de la revolución: El águila y la serpiente, Memorias de Pancho Villa y La sombra del caudillo.

Bibliografía

Sánchez Azuara Gilberto. (1982). Español, Tercer grado. México: Editorial Limusa, Pág.288-291.


miércoles, 13 de enero de 2021

La persona que ama la vida

Psicoanálisis: El amor a la vida

 

El hombre tiene dos capacidades, la del bien y del mal y que tiene que elegir, entre la vida y la muerte. Insistencia tradicional sobre la predisposición del hombre al mal: la Primera Guerra Mundial, Hitler y Stalin, Hiroshima.


El hombre no puede soportar la pasividad absoluta. Se siente impulsado a dejar su huella en el mundo, a transformar y cambiar, y no sólo a ser transformado y cambiado. Crear vida es trascender la situación de uno como criatura que es lanzada a la vida, peor destruir la vida también es trascenderla y escapar al insoportable sentimiento de pasividad total.


Erich Fromm analiza la capacidad del hombre para destruir. El individuo que no puede crear quiere destruir. Y destruir la vida requiere sólo una cualidad: el uso de la fuerza.


El hombre tiene un potencial de violencia destructora y sádica porque es humano, porque no es una cosa, y porque tiene que tratar de destruir la vida sino puede crearla. El único remedio para la destructividad es desarrollar en el hombre un potencial creador, desarrollar su capacidad para hacer uso productivo de sus facultades humanas.


La persona que ama la vida es atraída por el proceso de la vida y el crecimiento en todas las esferas.

Ética biòfila, bueno es lo que sirve a la vida, malo todo lo que sirve a la muerte. El esfuerzo moral consiste en fortalecer la parte de uno mismo amante de la vida.


La condición más importante para el desarrollo del amor a la vida en el niño es, para él, estar con gente que ama la vida.

Condiciones necesarias para el desarrollo de la biòfilia:

Cariño, relaciones afectuosas con otros durante la infancia, libertad (individuo activo-creador y responsable), ausencia de amenazas, enseñanza por el ejemplo, guía en el arte de vivir, influencia estimulante de otros y modo de vida interesante.


Sociedad en la que se desarrolla el amor a la vida:

o   Donde hay seguridad en el sentido de que no están amenazadas las condiciones materiales básicas para una vida digna.

o   Justicia en el sentido de que nadie puede ser un fin para los propósitos de otro.

o   Libertad en el sentido de que todo individuo tiene la posibilidad de ser un miembro activo-creador y responsable de la sociedad.


Bibliografía

Fromm Erich. (2000). El corazón del hombre. México: F.C.E.


*Leer la persona con orientación necrófila.

Fake News

Noticias falsas

  “Hemos pasado en muy poco tiempo del periodista que vigilaba al poder

al periodista que es vigilado por la gente”.

Gumersindo Lafuente

 Algunas recomendaciones para la detección y combate a las fake news son las siguientes:

1. No compartir, difundir ni tomar como fuente la noticia hasta tener la certeza de su veracidad.

2. Analizar si la noticia tiene un sustento argumentativo. Es importante apelar al sentido común y distinguir los hechos de las opiniones.

3. Examinar si la fuente es seria, tanto el medio, como quien suscribe la nota, para ello, sería recomendable visitar el portal oficial y observar otras noticias, particularmente, aquellas que parecen ser falsas.

4. Hay que poner especial atención a medios desconocidos de “generación espontánea” o aquellos cuya fama es de distribución de noticias falsas. Mensajes de voz, de texto distribuidos por redes como whatsapp tienen un amplio margen de falsedad.

5. Inspeccionar, a su vez, si las fuentes que emplea el autor son ciertas. Si el sustento principal son fotografías, se puede corroborar si otros sitios la reprodujeron en https://images.google.com/  o https://reverse.photos/

6. Reflexionar acerca de, si habría un interés político o económico en la difusión de esa noticia.

7. Buscar el titular de la noticia en algún buscador como google y confrontar la información con otros medios.

8. Estar atento al movimiento de redes sociales, es importante buscar hashtags y seguimiento de nota. Hay que poner especial atención en aquellas voces que buscan desmentir o poner en evidencia su veracidad.

9. En caso de hallar inconsistencias hay que denunciar en plataformas digitales el medio que las está difundiendo.

10. Un periodista ciudadano tendría material para realizar un trabajo periodístico de denuncia basado en la falsedad de la noticia falsa.

Tipos de noticias falsas

Lúdicas

Tienen como objetivo divertir, parodiar y satirizar.

Son sarcásticas, humorísticas e inverosímiles

De negocio

Tienen como meta generar seguidores y vistas en su contenido.

Son falaces, apelan a la ciencia de manera irresponsable y despiertan curiosidad y morbo.

Manipulación de la opinión pública

Su fin es de manipular a la opinión pública con fines políticos, económicos.

Son pasionales y buscan la provocación.

 Fuente de información

UNAM. (3 de junio de 2019). Manual de periodismo ciudadano y combate a las fake news. Programa universitario de estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad. UNAM. Recuperado el 13 de enero de 2021, de http://dialogosdemocracia.humanidades.unam.mx/wp-content/uploads/2019/06/Manual-Periodismo-Ciudadano.pdf

lunes, 11 de enero de 2021

Consumo y consumismo

Eulalio Ferrer Rodríguez

La Jornada, 23 de febrero de 1996.

Nunca, como en estos momentos, pudiera decirse que México se encuentra más cerca de la sociedad del subconsumo, con todas sus implicaciones empobrecedoras y sus síntomas perturbadores. Y con todo, paradójicamente, de que el país consuma anualmente más de 100 kilogramos de tortillas de maíz per cápita y de que Mèxico ostente la corona mundial del consumo de refrescos, arriba de los 600 millones de litros al año; arriba también, y por mucho, de la cantidad de leche que los mexicanos consumen. Datos no menos reveladores son, por contraste, los que afirman que un 40 por ciento de la población no alcanza a llenar los mínimos requerimientos de alimentación y vestido.

Diríase que un extenso territorio del país vive en la Sociedad del Ocio, y no por la vía deseable de la Sociedad del Bienestar, sino por la vía condenatoria de las insuficiencias. Legado histórico, pues ya en 1804 el barón de Humboldt escribió: “México es el país de la desigualdad”. Acaso en ninguna parte la hay más espantosa en la distribución de fortunas, civilización, cultivo de tierra y población”.

Evidentemente, la Sociedad de Consumo forma parte de la cultura de nuestro tiempo. Uno de los críticos más acerbos, H. Marcurse, a quien algunos atribuyeron el término de sociedad de consumo, tomó como modelo el de la sociedad estadounidense, calificado por Jean Baudrillard como el servilismo del consumismo. Un modelo que ha sido titulado por sus propios protagonistas el sueño americano. El que registra el más alto índice de utilización de papel impreso, más de diez millones de toneladas al año; el que alardea de ofrecer al público más de 20 mil artículos distintos en sus cadenas de supermercados, en un flujo semanal de 200 marcas nuevas, el que consume el 25 por ciento del petróleo mundial con sólo un 4 por cierto de su población; el que permite que el 89 por ciento de sus habitantes dispongan de automóvil, contra el 8 por ciento en el resto del planeta; el que no puede ocultar que es la principal sede mundial de los narco-consumidores… No cuesta entender que la sociedad estadounidense es el polo opuesto del consumo: el consumismo. Es decir, la economía convertida en cosa: la ley suprema de la mercancía. La pasión de comprar, al servicio del egoísmo colectivo, la ambición del poseer tan ligada a la avaricia, alternada con la del tener, tan asociada al gasto desenfrenado y a la glotonería. Y una religión, la del dinero. A sus oficiantes se les llama dineròmanos, esos seres dominados ciegamente por el afán de lucro. El consumismo es el imperio incondicional de las marcas comerciales, del público marcado por las marcas, con todas sus ficciones y espejismos, con todas sus clasificaciones y variaciones, muchas veces a partir de lo mismo: proliferación de productos iguales con nombres distintos en una sociedad de usar y tirar, como lo ha definido Lee Iacocca.

El apetito humano está lleno de gustos y deseos. A uno les complace el sabor de la carne, a otros el del pescado. A unos, el de la cerveza, a otros el del vino. Son incontables los que quisieran tener un automóvil o un televisor o un refrigerador. Y es que todos somos, por definición, consumidores, según la frase de John F. Kennedy, hilvanada a la teoría económica de que el dinero que se genera con la producción se liquida con el consumo. En tanto que en el proceso humano, la sociedad del consumo está dentro y fuera de lo que es real, de lo que es posible y de lo que es necesario.

El querer ser rebasa, generalmente, los límites de lo que se puede ser, acaso porque nuestros gustos sean más fuertes que nuestras razones. Las leyes de la comunicación, por su parte, nos enseñan la diferencia que media entre cómo son las cosas y cómo las percibimos.

La civilización tiende a multiplicar las necesidades, no a reducirlas, sobre todo cuando las transforma en deseos. Deseos que, a lau vez, trazan fronteras caprichosas entre el placer y el gozo: entre lo posible y lo imaginado. Sabemos bien que la necesidad es de origen fisiológico, y el deseo de origen psicológico.

Quienes han refutado la tesis de que son los deseos los que se convierten en necesidad, han expresado que los animales desean lo que necesitan y el hombre necesita lo que desea. Nietzsche lo resumió en una sentencia “desear más”.

Sin duda, el hombre nace ya con los dientes afilados del deseo. En su sentido más puro, es un bien que suele reflejar los esplendores de la imaginación, como signo distintivo del ser humano, no fuente del error y la desdicha, como piensan los budistas y ciertos partidarios del yoguismo. De Octavio Paz es la metáfora orientadora: El deseo es la gran fuerza creadora de las ilusiones… Es, en cierta forma, el motor de la vida”. El filósofo alemán Wolfgang Hang ha dicho que “el deseo es el padre del pensamiento”. Un maestro de la comunicación, Abraham Moles, sostiene que la inteligencia es el ojo del deseo. Si la Sociedad de Consumo nace a partir de la satisfacción de necesidades, sin las velas del deseo sería un barco a la deriva. Quien supo explorar prácticamente ese fenómeno a través de la moda, madame Chanel, ha revelado: “El lujo es una necesidad que empieza cuando termina la necesidad”. La conclusión es obvia:  nuestra vida es una interminable red de deseos. O manifestado en palabras de Adam Smith: “el deseo nos acompaña desde el seno materno hasta la tumba”.

Sin la relación de necesidad-deseo no se entenderían las motivaciones humanas que han parido y mantienen a la Sociedad de Consumo en todas sus categorías y desarrollos. Una necesidad satisfecha genera otra y así sucesivamente. Lo suficiente se va volviendo poco. Nadie puede asegurar que se tenga lo suficiente para siempre. Pronto la necesidad alcanzada se convierte en deseo por alcanzar. Los deseos metaforizan la necesidad, según Henri Lefbvre. La cadena de testimonios nos llevarían hasta Carlos Marx, el que dijo que “la primera necesidad satisfecha condena a nuevas necesidades”. Sea por la vía natural del ascenso humano, sea por la de la aspiración social, sea por la del libre juego de las mercancías y del mercado, de la necesidad al deseo hay una trayectoria imparable, tan incitante como excitante. La sociedad nos rodea y nos empuja, nos hace siervos de sus hábitos o nos libera de ellos. No enseña a ser y, también, a desear, lo mismo en el terreno de los ideales que en el ejercicio del pragmatismo. En el mundo moderno parece ser que ya no cabe aquella expresión que se atribuye a Sócrates, cuando contemplaba un montón de mercancías: “¡Cuántas cosas que no me hacen falta! Priva más la de Karl Karus: “Consumimos y vivimos de forma que el medio consume el fin”.

El consumo en su realidad objetiva, es tanto el tipo de comida o de vestido que cada uno necesita o prefiere, como el tratamiento cosmético que solicita el cuerpo, sea hombre o mujer. En la Sociedad de Consumo conviven los moderados y los hedonistas. La compra es algo más que necesidad o deseo: entretenimiento, hipnosis, extroversión, distensión, compulsión… Como existe hoy una patología de la prisa, también existe una patología de la compra. Las ganas de vivir más suelen ir emparejadas con las de tener más. Cada vez hay más impulsos psicosomáticos en las razones del consumo. Figura entre ellas las que Veblen llamó gasto de prestigio, que se acentúan en las clases económicamente privilegiadas, pero al que no son ajenos los escalones inferiores, con sus variantes de identificación o supremacía social.

Si la Sociedad de Consumo tiene una explicación válida, vista como una sociedad hacia el bienestar, es rechazable la alternativa mesiánica del consumismo. El hombre a la medida de las cosas, hecho cosa, como expresión máxima de la sociedad de masas. Puerta tramposa, frecuentemente, de los que ansían poseer sin producir. Contrariamente, el ser productivo es un endoso legítimo y natural para permanecer a la Sociedad de Consumo.

Para que una Sociedad de Consumo sea justa, no debe estar en el nivel de la subsistencia, que es el del subconsumo. En el lado opuesto, el consumismo no es la fórmula mejor: convierte la sociedad en una saciedad. La sociedad corrompida que temía Rousseau.

Bibliografía

Kabalen Donna Marie & De Sánchez Margarita A. (1995). La lectura analìtico-crìtica. México: Trillas. Pág.268-270.

Que viva lengua (Historieta-parte 2)








A reflexionar

1.-¿Qué sucedería si las lenguas evolucionarán descontroladamente?

2.-¿Se puede detener la evolución de la lengua?

3.-¿Es posible un idioma universal?

Bibliografía

Sánchez Azuara Gilberto. (1982). Español, Tercer grado. México: Editorial Limusa, Pág.362-363.