Artículo I
La
mujer de hogar se siente hoy devaluada. Tal vez piensa que en tanto otras
mujeres descuellan en los social como empresarias, senadoras, profesionales,
artistas, etc., ella se frustra, prisionera en las cuatro paredes de la casa, esclavizándose
en las labores domésticas, aherrojada con grilletes por el esposo y los hijos.
Quizás hasta padece la tentación de ir poco a poco sacudiéndose las sagradas
responsabilidades que contrajo un día ante el altar y de vivir de nuevo como
solterita.
¡Qué
Dios la ayude para que no la arrastre la tentación! Porque sin la mujer
hogareña el mundo se viene abajo.
Las
amas de casa no han tomado conciencia plena de la importancia trascendental de
su papel en la historia. Deberían darse cuenta de que el puesto que desempeñan
es cuestión de vida o muerte para la sociedad. Naciones en las que la mujer ha
desertado del hogar –para “vivir su vida”-, naciones donde la familia es
institución destinada a desaparecer, ya tienen los signos de la agonía en el
rostro. Presto se desmoronarán como torre construida sobre arena y yacerán hechas
polvo y ceniza: “Campos de soledad, mustio collado”.
No tienes límites mi admiración por
las mujeres que han sabido ser esposas y madres. Yo, que soy una intelectual,
no prodigo tamaña admiración a las que se alzan en la cima de las letras, la
política, el deporte o las finanzas.
La fundadora de un hogar, ¿por qué
se creerá oscura o insignificante, si ella es una de las columnas claves sobre
las que se mantiene en pie la sociedad? No debiera reputarse a sì misma como
inferior a las solteras, por más brillantes que aparezcamos. Separa que el
mundo puede pasarse tranquilamente sin las que actuamos en el plano social,
puesto que sobran varones que lo harían igual o mejor que nosotras. En cambio,
ningún país podría prescindir de la mujer de hogar so pena de borrarse de la
historia, ya que la sociedad es un organismo constituido por células, y esas
células son las familias. Daño que amenaza a la institución familiar, daño que
hace temblar a la nación.
No
confundamos lo más esplendoroso con lo más necesario. Las que nos movemos en el
ámbito sociocultural siguiendo nuestra excepcional vocación, aunque aportemos
valores extraordinarios, no somos esenciales. Lo es la esposa y madre. Vivimos
y sobrevivimos por ella.
Tú
que te sientes abrumada de trabajos y sinsabores, que te dueles de permanecer
ignorada, sabe, debes saber que eres de importancia vital, como la chispa
eléctrica que, aunque oculta, hace mover toda la maquinaria. Nada tienes que
envidiar a mujeres como yo, pues si a nosotras nos eliminaran, nada ocurriría;
mientras que si desaparecieras tú, el mundo desaparecería contigo.
Pero
ahora la propaganda insana alienta a la mujer a que deserte del matrimonio,
dizque para que se autorrealice; ¡como si no estuviera autorrealizando ya
plenamente en su misión de esposa y madre! A lo que están invitando es al
egoísmo. El egoísmo es precisamente lo contrario de la realización. No escuches
voces insidiosas. La auténtica realización personal es y será siempre entrega a
los demás. El yo alcanza su plenitud sólo cuando es capaz de negarse a sì mismo
en ofrenda a los otros. Si te excitan al egoísmo, tú diles que el egoísmo es
ridícula actitud aniñada, que tu madurez se manifiesta en tu capacidad de vivir
para los tuyos.
Te
realizas seguramente en el hogar, porque cada quien se realiza en su propia
vocación. Y se supone que contrajiste matrimonio por tu soberana voluntad, que
nadie te puso un puñal en el pecho para obligarte a dar el sí a tu esposo. Fue
un magnífico acto de libertad. Espero, por tanto, que seas de las que están
contentas con su suerte. Todos debemos sentirnos gozosos en el puesto que la
Providencia nos depara, y más conforme estarás tú por cuanto elegiste
libremente tu camino.
¿Envidias
a la que andan fuera del hogar? De seguro te imaginas sus vidas como un
paraíso, pura “vida y dulzura”. No te lo pinte tu fantasía con tan optimistas
colores. La verdad es que sólo se cambia de penas. Todos “suspiramos gimiendo y llorando en este
valle de lágrimas”, aunque también sea cierto que junto con las espinas en este
valle florecen rosas y ramos de estrellas.
Dolores
y alegrías las hay en todas partes, en todas las formas de existencia. Poco o
nada ganarías abandonando tu puesto de señora de tu casa, ¡y cuánto perderías!
¿Has
oído hablar de Cornelia, la madre de los Gracos? Fue hija de Escipiòn. La
consideraban dama principalísima de la corte romana. Cierto día, una amiga
fabulosamente rica, le mostró sus joyas envaneciéndose de poseer tales tesoros.
Cornelia admiró las esmeraldas y rubíes y el artístico trabajo de los orfebres,
mas no quiso competir exhibiendo también su fortuna en pedrería, solamente
dijo: “Yo tengo dos joyas que superan a las tuyas”. Salió a buscarlas y,
mientras, la amiga esperaba con excitación. Al cabo regresó Cornelia llevando
de la mano a sus dos hijos: “¡Mira mis alhajas! ¿No son más valiosas que todas
las del mundo juntas?”
Cornelia
pudo haber hecho también ostentación de sus magníficas joyas; o mejor, hubiera
podido jactarse de su ilustre prosapia, pues pertenecía a la más aristocrática
estirpe; o más todavía, mostrar sus alhajas espirituales, ya que era matrona
famosísima por sus señaladas virtudes, tanto como por su cultura
extraordinaria. No lo hizo. Todo eso le pareció poco. Lo que merecía ser
mostrado con orgullo era su maternidad.
Oí
de labios de cierta trabajadora la siguiente confidencia: “Quizás equivoqué el
camino. Si vieras; lo que ahora ambiciono es llegar a vivir de manera que pueda
sentarme por las tardes a tejer o coser junto a una ventana que dé al jardín,
mientras oigo el barullo de los chiquillos o vienen ellos interrumpirme a cada
momento la labor”.
Son
pocas las mujeres, poquísimas, las que nacieron con temperamento especial,
hecho para afanarse y bregar en asuntos extrahogareños. Si está es su vocación,
habrán de serle fieles. Lo lamentable ha sido que muchedumbre de mujeres
comunes, carentes de ese signo, se deslumbraron viendo los logros fastuosos y
corrieron en masa a la zaga de su ejemplo. Codicia de fama. Delirante ansia de
figurar. ¿Y qué alcanzaron sino trabajo fatigoso y decepciones? Jamás salieron
de la mediocridad. En cambio, el precio de la ambición fue menospreciar su
auténtico destino y perder su innata vocación para el hogar. No se realizaron
ni aquí ni allá. Porque la mujer, salvo excepciones contadísimas, está hecha
física y mentalmente para esposa y madre.
Pero
ocurre que esta época nuestra, que anda más loca que una cabra bizca, susurra
al oído de la incauta: “¿Por qué has de seguir aguantando a tu marido y a tus
hijos? Tíralo todo por la borda y vuelve a ser soltera”. También puede
sugerirle esto la propaganda: ”¿Por qué no un amante clandestino? O al menos,
¿por qué no cambiar de esposo siquiera cada cinco años?”
A la
madre las amigas la aconsejan: “¡Qué error cometiste; estás otra vez
embarazada! ¿No te has concientizado de la explosión demográfica? Arrepiéntete
y vè a que un buen médico asesine a ese fruto que te va a dar muchas molestias.
Tienes que vivir tu vida, te estorban el marido y los hijos. ¡Al diablo con el
sacrificio, que no es sino una palabreja medieval! Para la mujer moderna sólo
debe contar el placer”.
Cuando
una especie biológica presenta los síntomas de haber perdido alguno de sus
instintos básicos, puede predecírsele la desaparición. La mujer de hoy está
perdiendo a gran prisa sus instintos fundamentales: se rehúsa a ser esposa y a
ser madre. ¿Què va a ser del mundo?
Rechazado
su destino natural, piensa la mujer que va a correr aventuras deliciosas en el
campo intelectual, en el de la gloria, en el de las finanzas o en el del sexo.
Pobrecillas,
sólo les esperan fatigas sin fruto. Tú no; pero hay multitud de mujeres sin
brújula que navegan a la deriva buscando no saben qué, llevadas y traídas como
hojas secas que zarandea el viento del otoño, revueltas con la basura y el
polvo.
Tú
tienes raigambres, ¡alégrate! Tú no elegiste el egoísmo. Tú eres la que eligió
el amor.
Te
vestiste de blanco y te coronaste con diadema para hacer tu solemne juramento.
No ignorabas que en el matrimonio te esperaría, con el júbilo, el llanto; junto
al placer, los trabajos: habías visto a tu madre y a otras madres en su
cotidiano vivir heroico. Y heroicamente dijiste que sí al amor, porque el amor,
aunque se bañe de lágrimas, es siempre gloria, magnanimidad, realización.
Cuando
me fatigan mis lidas solitarias suelo acudir a la casa de alguna hermana o
amiga, y francamente les pido me inviten a cenar. Me gusta sentarme a la mesa
de familia, no importa que los muchachos disputen y los papás regañen. Debajo
de esa superficie tormentosa descubro una inmensa paz, una seguridad que me
tranquiliza: mientras haya hogares en una nación, el barco se mantendrá a
flote. Yo puedo dormir egoístamente serena porque hay madres que velan.
Nosotras
las de vocación intelectual, las señaladas por el destino para la lucha
interior, somos nada más que las siervas del ama de casa. Humildemente la
ayudamos con nuestra tarea intelectual a que sus hijos se realicen en el
espíritu. Pero ella es la reina; nosotras, sus servidoras.
Tú,
después de escuchar todas estas razones, ¿serás capaz de sentirte todavía un
ser desvalorado y oscuro? ¡Bah! Debes estar tan orgullosa como la madre de los
Gracos.
Bibliografía
Godoy
Emma. (1975). La mujer en su año y en sus siglos. México: Editorial IUS. Pág.
7-12.