Ir a

jueves, 28 de enero de 2021

Tu eres la necesaria

Artículo I

La mujer de hogar se siente hoy devaluada. Tal vez piensa que en tanto otras mujeres descuellan en los social como empresarias, senadoras, profesionales, artistas, etc., ella se frustra, prisionera en las cuatro paredes de la casa, esclavizándose en las labores domésticas, aherrojada con grilletes por el esposo y los hijos. Quizás hasta padece la tentación de ir poco a poco sacudiéndose las sagradas responsabilidades que contrajo un día ante el altar y de vivir de nuevo como solterita.

¡Qué Dios la ayude para que no la arrastre la tentación! Porque sin la mujer hogareña el mundo se viene abajo.

Las amas de casa no han tomado conciencia plena de la importancia trascendental de su papel en la historia. Deberían darse cuenta de que el puesto que desempeñan es cuestión de vida o muerte para la sociedad. Naciones en las que la mujer ha desertado del hogar –para “vivir su vida”-, naciones donde la familia es institución destinada a desaparecer, ya tienen los signos de la agonía en el rostro. Presto se desmoronarán como torre construida sobre arena y yacerán hechas polvo y ceniza: “Campos de soledad, mustio collado”.

            No tienes límites mi admiración por las mujeres que han sabido ser esposas y madres. Yo, que soy una intelectual, no prodigo tamaña admiración a las que se alzan en la cima de las letras, la política, el deporte o las finanzas.

            La fundadora de un hogar, ¿por qué se creerá oscura o insignificante, si ella es una de las columnas claves sobre las que se mantiene en pie la sociedad? No debiera reputarse a sì misma como inferior a las solteras, por más brillantes que aparezcamos. Separa que el mundo puede pasarse tranquilamente sin las que actuamos en el plano social, puesto que sobran varones que lo harían igual o mejor que nosotras. En cambio, ningún país podría prescindir de la mujer de hogar so pena de borrarse de la historia, ya que la sociedad es un organismo constituido por células, y esas células son las familias. Daño que amenaza a la institución familiar, daño que hace temblar a la nación.

No confundamos lo más esplendoroso con lo más necesario. Las que nos movemos en el ámbito sociocultural siguiendo nuestra excepcional vocación, aunque aportemos valores extraordinarios, no somos esenciales. Lo es la esposa y madre. Vivimos y sobrevivimos por ella.

Tú que te sientes abrumada de trabajos y sinsabores, que te dueles de permanecer ignorada, sabe, debes saber que eres de importancia vital, como la chispa eléctrica que, aunque oculta, hace mover toda la maquinaria. Nada tienes que envidiar a mujeres como yo, pues si a nosotras nos eliminaran, nada ocurriría; mientras que si desaparecieras tú, el mundo desaparecería contigo.

Pero ahora la propaganda insana alienta a la mujer a que deserte del matrimonio, dizque para que se autorrealice; ¡como si no estuviera autorrealizando ya plenamente en su misión de esposa y madre! A lo que están invitando es al egoísmo. El egoísmo es precisamente lo contrario de la realización. No escuches voces insidiosas. La auténtica realización personal es y será siempre entrega a los demás. El yo alcanza su plenitud sólo cuando es capaz de negarse a sì mismo en ofrenda a los otros. Si te excitan al egoísmo, tú diles que el egoísmo es ridícula actitud aniñada, que tu madurez se manifiesta en tu capacidad de vivir para los tuyos.

Te realizas seguramente en el hogar, porque cada quien se realiza en su propia vocación. Y se supone que contrajiste matrimonio por tu soberana voluntad, que nadie te puso un puñal en el pecho para obligarte a dar el sí a tu esposo. Fue un magnífico acto de libertad. Espero, por tanto, que seas de las que están contentas con su suerte. Todos debemos sentirnos gozosos en el puesto que la Providencia nos depara, y más conforme estarás tú por cuanto elegiste libremente tu camino.

¿Envidias a la que andan fuera del hogar? De seguro te imaginas sus vidas como un paraíso, pura “vida y dulzura”. No te lo pinte tu fantasía con tan optimistas colores. La verdad es que sólo se cambia de penas.  Todos “suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”, aunque también sea cierto que junto con las espinas en este valle florecen rosas y ramos de estrellas.

Dolores y alegrías las hay en todas partes, en todas las formas de existencia. Poco o nada ganarías abandonando tu puesto de señora de tu casa, ¡y cuánto perderías!

¿Has oído hablar de Cornelia, la madre de los Gracos? Fue hija de Escipiòn. La consideraban dama principalísima de la corte romana. Cierto día, una amiga fabulosamente rica, le mostró sus joyas envaneciéndose de poseer tales tesoros. Cornelia admiró las esmeraldas y rubíes y el artístico trabajo de los orfebres, mas no quiso competir exhibiendo también su fortuna en pedrería, solamente dijo: “Yo tengo dos joyas que superan a las tuyas”. Salió a buscarlas y, mientras, la amiga esperaba con excitación. Al cabo regresó Cornelia llevando de la mano a sus dos hijos: “¡Mira mis alhajas! ¿No son más valiosas que todas las del mundo juntas?”

Cornelia pudo haber hecho también ostentación de sus magníficas joyas; o mejor, hubiera podido jactarse de su ilustre prosapia, pues pertenecía a la más aristocrática estirpe; o más todavía, mostrar sus alhajas espirituales, ya que era matrona famosísima por sus señaladas virtudes, tanto como por su cultura extraordinaria. No lo hizo. Todo eso le pareció poco. Lo que merecía ser mostrado con orgullo era su maternidad.

Oí de labios de cierta trabajadora la siguiente confidencia: “Quizás equivoqué el camino. Si vieras; lo que ahora ambiciono es llegar a vivir de manera que pueda sentarme por las tardes a tejer o coser junto a una ventana que dé al jardín, mientras oigo el barullo de los chiquillos o vienen ellos interrumpirme a cada momento la labor”.

Son pocas las mujeres, poquísimas, las que nacieron con temperamento especial, hecho para afanarse y bregar en asuntos extrahogareños. Si está es su vocación, habrán de serle fieles. Lo lamentable ha sido que muchedumbre de mujeres comunes, carentes de ese signo, se deslumbraron viendo los logros fastuosos y corrieron en masa a la zaga de su ejemplo. Codicia de fama. Delirante ansia de figurar. ¿Y qué alcanzaron sino trabajo fatigoso y decepciones? Jamás salieron de la mediocridad. En cambio, el precio de la ambición fue menospreciar su auténtico destino y perder su innata vocación para el hogar. No se realizaron ni aquí ni allá. Porque la mujer, salvo excepciones contadísimas, está hecha física y mentalmente para esposa y madre.

Pero ocurre que esta época nuestra, que anda más loca que una cabra bizca, susurra al oído de la incauta: “¿Por qué has de seguir aguantando a tu marido y a tus hijos? Tíralo todo por la borda y vuelve a ser soltera”. También puede sugerirle esto la propaganda: ”¿Por qué no un amante clandestino? O al menos, ¿por qué no cambiar de esposo siquiera cada cinco años?”

A la madre las amigas la aconsejan: “¡Qué error cometiste; estás otra vez embarazada! ¿No te has concientizado de la explosión demográfica? Arrepiéntete y vè a que un buen médico asesine a ese fruto que te va a dar muchas molestias. Tienes que vivir tu vida, te estorban el marido y los hijos. ¡Al diablo con el sacrificio, que no es sino una palabreja medieval! Para la mujer moderna sólo debe contar el placer”.

Cuando una especie biológica presenta los síntomas de haber perdido alguno de sus instintos básicos, puede predecírsele la desaparición. La mujer de hoy está perdiendo a gran prisa sus instintos fundamentales: se rehúsa a ser esposa y a ser madre. ¿Què va a ser del mundo?

Rechazado su destino natural, piensa la mujer que va a correr aventuras deliciosas en el campo intelectual, en el de la gloria, en el de las finanzas o en el del sexo.

Pobrecillas, sólo les esperan fatigas sin fruto. Tú no; pero hay multitud de mujeres sin brújula que navegan a la deriva buscando no saben qué, llevadas y traídas como hojas secas que zarandea el viento del otoño, revueltas con la basura y el polvo.

Tú tienes raigambres, ¡alégrate! Tú no elegiste el egoísmo. Tú eres la que eligió el amor.

Te vestiste de blanco y te coronaste con diadema para hacer tu solemne juramento. No ignorabas que en el matrimonio te esperaría, con el júbilo, el llanto; junto al placer, los trabajos: habías visto a tu madre y a otras madres en su cotidiano vivir heroico. Y heroicamente dijiste que sí al amor, porque el amor, aunque se bañe de lágrimas, es siempre gloria, magnanimidad, realización.

Cuando me fatigan mis lidas solitarias suelo acudir a la casa de alguna hermana o amiga, y francamente les pido me inviten a cenar. Me gusta sentarme a la mesa de familia, no importa que los muchachos disputen y los papás regañen. Debajo de esa superficie tormentosa descubro una inmensa paz, una seguridad que me tranquiliza: mientras haya hogares en una nación, el barco se mantendrá a flote. Yo puedo dormir egoístamente serena porque hay madres que velan.

Nosotras las de vocación intelectual, las señaladas por el destino para la lucha interior, somos nada más que las siervas del ama de casa. Humildemente la ayudamos con nuestra tarea intelectual a que sus hijos se realicen en el espíritu. Pero ella es la reina; nosotras, sus servidoras.

Tú, después de escuchar todas estas razones, ¿serás capaz de sentirte todavía un ser desvalorado y oscuro? ¡Bah! Debes estar tan orgullosa como la madre de los Gracos.

Bibliografía

Godoy Emma. (1975). La mujer en su año y en sus siglos. México: Editorial IUS. Pág. 7-12.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario